miércoles, 6 de junio de 2007

INTERNACIONAL













Iraq contra la ocupación
CUANTO MÁS EMPEORA LA SITUACIÓN EN IRAQ, MÁS SE PRIVATIZA LA GUERRA Y MÁS BENEFICIO RINDE

ESCRIBE: (*) NAOMI KLEIN
Resumen de una reciente intervención de Naomi Klein con ocasión de la presentación en Nueva York del primer libro de Jeremy Scahill, «Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army». (Blackwater: El auge del más poderoso ejército mercenario del mundo).
En 2004 Naomi Klein viajó a Iraq y poco después publicó en Harper’s Magazine un artículo titulado «Baghdad Year Zero» (Bagdad, año cero) en el que exponía en detalle la privatización de la economía de Iraq, estatalizada en su mayor parte. Desde entonces ha seguido estudiando este asunto y el próximo otoño tiene prevista la publicación de su nuevo libro «The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism» (La doctrina del choque: el auge del capitalismo del desastre).
Esta tendencia a privatizar todos los aspectos del Estado, del Gobierno, es una campaña que se inicia hace unos 35 años. Muchas personas, muchos historiadores sitúan sus comienzos en 1973, con ocasión del golpe de estado en Chile, lo que es interesante en términos de la investigación que realiza Jeremy, porque éste habla de cómo en estos momentos Blackwater está contratando chilenos para enviarlos a Iraq, así que voy a dejar que hable él luego de este aspecto. Pero el primer ejemplo del intento de construir una utopía corporativa enteramente privatizada fue en Chile en 1973 después del golpe de Pinochet, cuando entró en colaboración con un equipo de economistas de la Universidad de Chicago deseosos de llevar a cabo su experimento.
Se trata de un proyecto colonial de una clase distinta. En América Latina, este proyecto, a menudo calificado de neoliberalismo, se conoce como neocolonialismo. La primera etapa del colonialismo fue la apertura de las venas de América Latina, en palabras de Eduardo Galeano: el pillaje de materias primas, la exportación de recursos brutos. La segunda etapa del colonialismo –aunque por supuesto la primera nunca desapareció completamente— fue el pillaje del Estado. Todo lo construido a partir de la Gran Depresión y durante los años de gran crecimiento económico de la posguerra –sistemas de seguridad social y de educación, carreteras, ferrocarriles— es realmente lo que se liquidó en Chile con ayuda de los Chicago boys: el saqueo, a cielo abierto, del Estado mismo.
Tengo una imagen de este proyecto corporativo, este proyecto de privatización, en la que imagino el Estado como una especie de pulpo dotado de todos esos tentáculos. Y durante los últimos 30 años – aquí en Estados Unidos sin duda desde Reagan—, lo que la campaña de privatización ha hecho es arrancar los miembros del Estado: el sistema telefónico, las carreteras, etcétera, es decir esos tipos de servicios no esenciales, por decirlo así. Y una vez que has arrancado todos los tentáculos lo que te queda es el centro, lo que llaman el núcleo central.
Y lo que el gobierno Bush ha estado haciendo realmente es liquidar este núcleo central, privatizar estos servicios gubernamentales esenciales que son parte inherente a lo que nosotros concebimos como Estado, y que parece imposible imaginar que pudieran ser privatizados, como el Gobierno mismo, como los cheques de la seguridad social, como las prisiones, como el ejército, etc., y es aquí donde hay que ubicar a Blackwater.
Lo más extraordinario que ha sucedido en Iraq –y Amy ha mencionado mi artículo «Bagdad, año cero»— es que se han dado todas estas capas de colonialismo y neocolonialismo, este empeño de privatización, lo que ha provocado una especie de perfecta tormenta en ese país. Por una parte, tenemos una especie de pillaje colonial a la antigua usanza; como si hubieran lanzado la consigna: ¡a por el petróleo!. Y como muchos de ustedes saben, en Iraq se ha introducido una nueva legislación en materia de petróleo que ha sido aprobada por el Gobierno, pero que todavía no lo ha sido por el Parlamento. Pero, realmente, es una legislación que legaliza el pillaje. Legaliza el pillaje, legaliza la exportación del 100% de los beneficios de la industria petrolera iraquí. Se trata, precisamente, de las condiciones que dieron pie a la ola de nacionalismo árabe y la exigencia de disponer de los recursos petroleros, desde los años 1950 hasta los 70. Así que se trata ahora de desandar ese proceso y proceder al pillaje de los recursos, según el colonialismo de la vieja escuela.
Y por encima de esto, tenemos una especie de colonialismo 2.1, que es el ámbito que estuve investigando durante mi estancia en Iraq, que consiste en el saqueo del Estado iraquí y de todo lo construido bajo las banderas del nacionalismo árabe: la industria, las fábricas. El tipo de privatización acelerada, de terapia de choque, de saqueo a cielo abierto que vimos en la ex Unión Soviética en la década de 1990 era la idea que formaba el Plan A para Iraq. Es decir, se pensaba que los Estados Unidos simplemente llegarían allí con los hombres de Blackwater protegiendo a Paul Bremer y procederían a liquidar todas las industrias de Iraq. Es decir, un colonialismo de la vieja escuela que luego daría paso a la nueva escuela.
Así que luego llegó la privatización postmoderna, basada en la idea de que el ejército de los Estados Unidos iba a la guerra a saquearse a sí mismo, lo que constituye una innovación de tipo postmoderno, ¿no es cierto? Hace menos de una década, Thomas Friedman nos contaba que nunca dos países que en los que hubiera hamburgueserías McDonald’s habían entrado en guerra. Ahora, nosotros vamos a la guerra llevando detrás de nosotros la recua de los McDonald’s, Taco Bell, Burger King, etc. Así pues, el proceso de hacer la guerra constituye una forma de autopillaje. No solamente se está saqueando Irán, sino que las arcas de este Gobierno de los Estados Unidos están siendo también esquilmadas. De modo que tenemos estos tres elementos, que convergen en una perfecta tormenta sobre este país.
Y una de las cosas más importantes que los progresistas deben cuestionar es el discurso de que todo en Iraq es un desastre. Creo que tenemos que comenzar a preguntar, con insistencia, para quién es un desastre, porque no todo el mundo pierde. Es sin duda un desastre para el pueblo iraquí, es sin duda un desastre para los contribuyentes estadounidenses. Pero lo que hemos visto –y esto está meridianamente claro si nos atenemos a las cifras– es que cuanto más empeora la situación en Iraq, más privatizada y provechosa se convierte esta guerra para empresas como Lockheed Martin, Bechtel y sin duda Blackwater. Hay una deriva persistente en Iraq: cuántos más países abandonan la guerra, más contratistas entran en juego; se trata de un aspecto muy bien documentado por Jeremy y del que nos hablará.
El peligro... Estas son las apuestas que considero que tenemos que comprender. Y voy a intentar ser breve, de manera que podamos tener un debate provechoso después. ¿Qué es lo que está en juego aquí? Las apuestas no pueden ser más altas. Lo que estamos perdiendo es el incentivo, el incentivo económico, para la paz, el incentivo económico para la estabilidad. Cuando se es capaz de crear una economía tan exuberante en torno a la guerra y el desastre, en torno a la destrucción y la reconstrucción, una y otra y otra vez, ¿que incentivo hay para la paz?
Hay una frase pronunciada en la conferencia de Davos de este año. Cada año, sin falta, hay una Gran Idea que emerge de la Cumbre Económica Mundial de Davos. Este año, la Gran Idea fue el dilema de Davos. ¿Que en qué consiste el dilema de Davos? Se trata de lo siguiente: durante decenios ha formado parte de la sabiduría convencional la idea de que el caos generalizado era una rémora para la economía mundial, de que podía darse un choque económico puntual, una crisis o una guerra que podían aprovecharse para incrementar la privatización, pero que en conjunto –y ésta era la tesis de Thomas Friedman— es preciso contar con cierta estabilidad para conseguir un crecimiento económico estable. El dilema de Davos es que esto ya no es cierto. Podemos estar ante un desorden generalizado, podemos tener guerras en Iraq, Afganistán, amenazas de guerra nuclear con Irán, una ocupación israelí cada vez más dura, un incremento de la violencia contra los palestinos, podemos tener terrorismo ante el calentamiento global, podemos tener unas repercusiones cada vez mayores de las guerras para conseguir recursos, podemos tener unos precios energéticos cada vez más altos, pero –y ahí está la gracia– la Bolsa sigue subiendo sin parar. De hecho, hay un índice denominado «índice armas-caviar», para el que durante 17 años se ha estado midiendo la relación inversa existente entre las ventas de aviones cazabombarderos y de aviones privados de lujo. Y durante 17 años, en este índice, denominado como he dicho «índice armas-caviar», las armas han sido los aviones cazabombarderos y el caviar los aviones privados de lujo. Cuando las ventas de aviones privados de lujo aumentan, las ventas de cazabombarderos disminuyen, y viceversa. Pero, de repente, ambos indicadores suben al unísono, lo que significa que se están vendiendo muchas armas, el número suficiente para comprar muchísimo caviar. Y Blackwater está, por supuesto, en el centro de esta economía.
La única manera de combatir una economía que ha eliminado el incentivo de paz es, por supuesto, retirarle las oportunidades de crecimiento. Estas oportunidades de crecimiento son la actual inestabilidad climatológica y la actual inestabilidad geopolítica. Sus amenazas: lo único que puede amenazar esta economía es una paz y estabilidad geopolítica y climática, de manera que creo que las cosas están claras para nosotros a la hora de combatir a los que se aprovechan de la guerra.

*Prestigiosa escritora y periodista Naomi Klein. Escribe regularmente para The Nation y The Guardian y es la autora del gran éxito de ventas «No Logo» y, más recientemente, de «Fences and Windows».

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